Por Miguel Ángel Delgado, cirujano
“El primer día no llegó nadie.
El segundo día, tampoco.
Y al tercero, ya era demasiado tarde.”
— Santiago Posteguillo
Ha pasado casi un año desde la DANA de Valencia, aquella que se llevó la vida de más de 200 personas. Y, sin embargo, lo que ha llenado titulares no ha sido cómo mejorar la respuesta sanitaria, sino quién comió con quién: si Mazón almorzó con un periodista, si Sánchez estaba de viaje y se fue a cenar , si Ribera estudiaba una oposición… como si el problema fuera de menú y no de gestión.
De lo realmente importante —cómo funcionó el sistema de emergencias, qué falló y qué hemos aprendido— apenas se habla. Y eso es grave, porque lo que no se analiza, se repite.
Cualquiera que haya trabajado en urgencias o en catástrofes sabe que gestionar un desastre es dificilísimo.
En las primeras 24 horas, el 112 recibió casi 20.000 llamadas, y más de 8.000 no pudieron ser atendidas. Se desplegaron más de 4.000 profesionales sanitarios y de emergencias, 296 ambulancias y varios helicópteros. Los bomberos fueron los primeros en llegar y los últimos en irse: 900 efectivos que realizaron 2.500 rescates en dos días, sin dormir, en medio del barro y del caos.Los hospitales La Fe, Clínico, Xàtiva y Gandía activaron la alerta naranja: suspendieron cirugías no urgentes, reforzaron urgencias y redistribuyeron camas. La atención primaria contactó con más de 5.000 pacientes vulnerables, y aún así 29 centros de salud tuvieron que cerrar por inundaciones o falta de electricidad.Y mientras tanto, los equipos sanitarios y los bomberos trabajaban sin comunicación directa: los sistemas informáticos no eran compatibles, y la información se perdía entre protocolos.
Tras la DANA llegó otra ola: la de los problemas de salud pública. En las semanas posteriores se registró un 20 % más de infecciones por agua contaminada (gastroenteritis, leptospirosis). Y más de 2.000 personas necesitaron atención psicológica por estrés agudo o trauma.
No he encontrado informes científicos ni técnicos que analicen a fondo lo ocurrido, solo titulares políticos.
Y la pregunta es simple:
¿Se ha mejorado la coordinación entre ayuntamientos, hospitales, Generalitat y Estado?
¿Se han actualizado los protocolos?
¿Se ha reforzado la comunicación entre emergencias y sanidad?
¿Se han limpiado los cauces de los ríos que convirtieron carreteras en torrentes?
Porque si la respuesta es “no”, entonces lo único que hemos aprendido es a echar culpas con mejor oratoria.
La DANA no fue solo una tormenta: fue una emergencia médica nacional.
Y mientras sigamos midiendo la gestión en fotos y ruedas de prensa, y no en capacidad de respuesta, volverá a ocurrir.
No se trata de buscar héroes ni culpables, sino de tener un sistema que llegue el primer día.
Porque, como escribió Posteguillo, cuando la ayuda llega al tercero, ya es demasiado tarde.