Hace unos años, ser jefe de servicio era un objetivo. Me acuerdo de cuando me presenté a varias oposiciones con más de diez aspirantes por plaza. Ser jefe era un reconocimiento al trabajo, a la trayectoria, a la capacidad de liderar un equipo. Hoy, sin embargo, las convocatorias se quedan vacías. Los médicos con experiencia no se presentan, y los jóvenes ni se lo plantean. ¿Qué está pasando?
Ser jefe ya no significa tener autoridad clínica ni capacidad de decisión. Significa asumir más burocracia, más reuniones y más formularios. Gestionar un servicio se ha convertido en cuadrar agendas imposibles, justificar cada gasto y sobrevivir entre recortes que impiden planificar.
Donde antes había visión, ahora hay Excel. Donde antes se hablaba de innovación, ahora se habla de objetivos y ratios. Y además, dirigir a diez o quince personas sin herramientas reales para motivar o corregir.
Tampoco ayuda el clima. Muchos jefes viven atrapados entre la presión de la gerencia y la queja del equipo, sin respaldo claro de ninguno. Son responsables de todo, pero con poder limitado. Y cuando algo falla —una reclamación, una demora, un conflicto—, el primero en responder es el jefe, aunque no haya tenido margen de maniobra.
A eso se suma la pérdida de ilusión, que es lo que realmente desgasta. . Muchos de los que podrían asumir el cargo sienten que el liderazgo ya no se ejerce desde la vocación, sino desde la resistencia. Y prefieren seguir haciendo lo que mejor saben: atender, operar, enseñar… sin quedar atrapados en la maraña administrativa.
Desde el punto de vista de los gestores, el problema no es menor. Sin líderes clínicos comprometidos, los servicios pierden cohesión, las decisiones se retrasan y la innovación se frena. Pero si el sistema no ofrece autonomía, reconocimiento ni apoyo, ¿cómo pedir que alguien quiera asumir ese papel?
Ser jefe no debería ser un castigo, ni un sacrificio, sino una oportunidad de transformar. Pero para eso hay que devolverle contenido: capacidad real de decisión, tiempo para liderar y confianza para innovar.
Porque, al final, ningún equipo funciona sin alguien que lo guíe.
Y ningún líder florece si solo se le pide firmar papeles.