La relación entre los laboratorios y los médicos siempre genera sospechas. En España, donde “ganar dinero” parece pecado, muchos miran a la industria con recelo. Pero seamos claros: sin ellos no habría nuevos fármacos, vacunas ni tecnología. Sin nosotros, nada de eso llegaría al paciente.
Durante la pandemia se vio el potencial de la industria. Y también se vio el prejuicio: incluso con vacunas en tiempo récord, algunos decían que “todo era un negocio”..
Por supuesto, la industria quiere vender. Y sí, durante años hubo excesos: viajes de lujo, congresos que parecían vacaciones, rappel… Pero eso ya no existe. Hoy el sistema está hiperregulado y el delegado es, sobre todo, un transmisor de información.
Los médicos no somos inocentes ni marionetas. Nuestra obligación es filtrar, no dejarnos influir, y mantener el criterio clínico por encima del comercial. Y, a la vez, reconocer que muchas veces la limitación real viene de la administración, no del laboratorio: no siempre podemos prescribir lo que creemos mejor.
La relación industria–médico no es un problema. El problema es la falta de transparencia.
Cuando el interés del paciente guía la relación, todo funciona. Cuando el marketing manda más que la ciencia, todos perdemos.
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