El paciente es el centro indiscutible del Sistema de Salud de nuestro país. Por ese motivo, la búsqueda de una óptima calidad de vida y una mayor seguridad de los pacientes son los pilares en los que actualmente los profesionales del sector sanitario deben centrar sus esfuerzos, para quienes la innovación y la investigación constituyen a ser el motor que impulsa a mantenerlos.
La innovación médica ha dado lugar tanto a avances en el tratamiento individual de pacientes como a la posibilidad de controlar enfermedades que afectan a toda una población. Por ejemplo, la introducción a gran escala de productos sanitarios, como son los antirretrovirales, en países de renta media y baja, ha mejorado radicalmente la salud de las personas que padecen enfermedades que hasta hace pocos años resultaban mortales (VIH o hepatitis entre otras).
Cuando se habla de I+D, la industria farmacéutica y biotecnológica está a la cabeza, siendo la que más invierte, por encima de la industria informática o la automovilística, hecho que avalan los resultados obtenidos en años pasados: vacuna de la polio (1960), vacuna contra el sarampión (1963), vacuna contra la hepatitis B (1981), antidepresivos (1987) o primeros anticoagulantes (1998).
Aunque la innovación no sólo aplica a los avances médicos en cuanto al tratamiento de enfermedades con medicamentos se refiere, sino también a la tecnología sanitaria, sector que ha supuesto, de forma determinante, un impacto y una mayor eficacia en la salud pública. Sus beneficios también pueden identificarse en términos de eficiencia para el Sistema: mejor aprovechamiento de los servicios públicos, posibilidad de monitorizar remotamente a los pacientes o la disminución de duplicidades de pruebas médicas.
Hoy en día, las aplicaciones en salud y los dispositivos médicos que permiten mejorar la gestión de la medicación de diversos pacientes, el autocuidado y la formación en hábitos de vida saludable son una realidad. Sin la tecnología sanitaria no sería posible disponer de diagnósticos precisos y rápidos, ni muchas enfermedades tendrían cura ni muchas personas podrían vivir dignamente debido a sus enfermedades.
Invertir en este sector se ha traducido en una mejora de los resultados del día a día de los centros hospitalarios. Así, se ha reducido un 67% el riesgo de infecciones en el entorno sanitario, los programas de cribado han permitido reducir un 50% los casos de cáncer de mama y cérvix en Europa, la diálisis junto con el trasplante ha hecho que la insuficiencia renal, una enfermedad mortal, se convierta para el paciente que la sufre en una enfermedad crónica y los dispositivos cardiacos implantables han conseguido reducir la mortalidad de los pacientes cardiacos.