Las listas de espera son un registro de pacientes: quién aguarda para consulta, quién para una prueba y quién para cirugía. Hasta ahí, todos lo entendemos. El problema llega cuando hablamos de plazos. ¿Treinta días? ¿Sesenta? ¿Ciento ochenta? ¿Y por qué no diez o doscientos? Las cifras no son inocentes: significan cosas distintas según a quién le preguntemos.
Para el paciente, la espera es vivir pendiente del teléfono, angustiado por no saber qué tiene o resignado a convivir con dolor y limitaciones durante semanas o meses. Es tiempo de vida perdido, y ese tiempo no se recupera.
Para los médicos, la lista supone decidir quién va antes y quién después, mientras la presión viene de los gestores que solo miran los números. A veces lo prioritario se diluye en el intento de cumplir con el calendario.
Para los gestores, la lista es un objetivo de control: que nadie se pase del plazo fijado. Pero sin recursos suficientes —personal, quirófanos, tecnología— la fecha se convierte en una trampa.
La cuestión central no es fijar una cifra mágica, sino atender con los recursos disponibles lo que realmente importa. No es lo mismo una hernia que no molesta que otra que impide trabajar. Lo esencial —un cáncer, un diagnóstico grave, una cirugía urgente— debe resolverse sin demora. Lo demás debe ordenarse con criterios clínicos y de justicia, no con números arbitrarios.
Aquí hay que ser claros: la sanidad pública es cara. Con lo que se paga en impuestos no se puede cubrir todo. Si alguien quiere un “Mercedes” en lugar de un “utilitario”, tendrá que pagarlo por otra vía. Y sí, hará falta abrir debates incómodos sobre fórmulas de financiación complementaria.
También los médicos debemos hacer autocrítica. La eficiencia y la productividad tienen que estar tan presentes como una analítica o un TAC. Gestionar bien la lista de espera es parte de cuidar al paciente. Y hay que desterrar sospechas de que alguien se aprovecha del sistema para generar más jornadas extraordinarias.
Los gestores, por su parte, deben recordar que los pacientes no son cifras. Cada enfermo tiene una historia, una complejidad y una prioridad que no siempre encajan en un Excel. Su misión no es solo cumplir con una fecha, sino garantizar la mejor atención posible en su área de salud.
¿Y los políticos? Primero, deben recordar que un tema que afecta a la salud de todos no debería ser utilizado como arma electoral. La prioridad debe ser tomar decisiones que mejoren la salud de los ciudadanos, no ganar o hacer perder al adversario. Lo más importante es explicar al paciente qué se puede hacer con los recursos disponibles, gobierne quien gobierne. Es cierto que unos gestionan mejor que otros, pero no se pueden crear falsas expectativas. La sinceridad y la búsqueda conjunta de soluciones son la única vía para afrontar un problema que no admite atajos.
En resumen: las listas de espera no son un simple calendario. Son tiempo de vida que no se devuelve. Y mientras no las tratemos con esa seriedad, seguiremos discutiendo cifras mientras los pacientes siguen esperando.
Miguel Angel Delgado Millan (Sígueme en Linkedin)
Cirujano General.
delgado@mpg.es